Una tarde cualquiera, el mar rozaba la orilla con la cadencia de un bolero antiguo, las hojas de las palmas susurraban secretos que nadie más parecía escuchar, ella caminaba con paso suave por el Malecón, no apurada, no perdida, simplemente atenta, sintiendo cada instante como una caricia que el tiempo le regalaba.
Así es el universo de Cuervo y Sobrinos, donde el tiempo más que medirse, se vive. Fundada en 1882 en La Habana, la marca nació con un alma que no entiende de prisas. Relojes que no solo dan la hora, sino que la interpretan, que transforman los segundos en memoria, los minutos en presencia, las horas en legado. De esa alquimia nace el Historiador Primera Dama, un homenaje a la elegancia femenina, a la Habana de los años dorados, a la mujer que sabe cuándo detenerse, cuándo moverse, cuándo brillar.
Un tributo a la Habana de los años dorados
La inspiración es clara, un eco de la isla que alguna vez fue el epicentro del glamour latinoamericano, la perla donde convergían la música, el arte, la política, el exilio. El Historiador Primera Dama recoge ese espíritu sin nostalgia, con la certeza de que la elegancia no tiene fecha de caducidad. Una esfera de nácar, en tonos que parecen haber sido extraídos de un atardecer tropical, con tres diamantes como guiño sutil a la delicadeza.
El cristal de zafiro, de doble curvatura, protege ese universo íntimo, mientras que la correa, ya sea en piel de cocodrilo de Louisiana o acero pulido, responde a esa dualidad de lo clásico y lo moderno. Su movimiento de cuarzo, silencioso y preciso, recuerda que en la belleza también hay eficiencia, que no todo lo exquisito necesita mostrarse ruidoso.



Una mujer, un sombrero, una época
En el reverso del reloj, una dama con sombrero cloche parece salir de una novela de cabaret, sofisticada, indomable, silenciosa. Un grabado que no busca ser decorativo, sino simbólico, como una firma invisible que dice: esto es tuyo, esto es historia, esto también eres tú. Cuervo y Sobrinos ha sabido conjugar el arte de la relojería suiza con la narrativa latina, esa que no se aprende en talleres, sino en plazas, cafés, cartas que cruzan el océano.
Cada pieza es un pedazo de biografía, una línea de tiempo con acento caribeño y manufactura impecable. Un pasaje a un lugar donde el tiempo se escribe con estilo, y la belleza se mide en emociones.
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