Un miércoles cualquiera puede ser el inicio de algo más, aunque uno no lo sepa aún, basta cruzar la avenida Masaryk, dejar atrás el ritmo apurado de la ciudad y permitir que Chambao te reciba con esa calidez que recuerda a los viejos clubes de La Habana, donde el humo bailaba entre luces tenues y los cuchillos no solo cortaban carne, también abrían conversaciones.
Una hostess elegante te acompaña a la mesa, no dice mucho, no hace falta, hay música en vivo, hay copas que tintinean, hay un saxofonista que parece improvisar notas con el ritmo de los pasos de los meseros, hay una atmósfera que no fuerza, que simplemente sucede. Chambao no busca impresionar, lo logra sin esfuerzo, con la precisión de quien conoce su oficio y lo ejecuta con maestría.
La carta, un mapa de antojos precisos
Todo comienza con el pulpo, un carpaccio que parece haber sido dibujado más que servido, láminas finas, aceite de oliva que brilla como ámbar, un toque de orégano que perfuma sin robar protagonismo, una entrada que despierta recuerdos de islas griegas o cenas frente al mar. Siguen los tacos de costilla, pequeños monumentos a la ternura, servidos sobre tortillas suaves que apenas contienen la carne jugosa, la cebolla curtida se asoma como si quisiera contar su propia historia, el aguacate acaricia, une, redondea.
Llega el momento de los cortes, ese instante en que el ritual del fuego se revela en cada detalle, la charola caliente, el aroma que anticipa la primera mordida, la textura que cruje y luego cede, perfecta, el término exacto, sin negociación, porque aquí la carne se respeta. El Rib Eye USDA Prime se vuelve conversación, el New York se convierte en confidencia. A un lado, un risotto de cuatro quesos que no necesita presentación, simplemente llega, humeante, con perfume de trufa y la nostalgia de la cocina italiana hecha con paciencia.
El postre aparece como lo haría un actor en su escena culminante, imponente, sin pedir permiso. Una sinfonía de chocolate belga que funde mousse, lava cake y helado, sin remordimientos, con caramelo y frutos rojos que explotan como fuegos artificiales. Aquí los postres no cierran, despiertan, te devuelven a la infancia, al placer más instintivo.



Cócteles, ritmo, permanencia
Aquí se ofrece una coctelería que baila al mismo tiempo que tú, notas frutales, especias sutiles, burbujas que acarician el paladar, bebidas sin alcohol que no son alternativas, son protagonistas. Todo servido con esa mezcla entre lujo relajado y precisión que solo el tiempo puede afinar. La música sigue, la tarde se alarga, uno olvida qué día es, pero recuerda lo que vivió.
Podemos definir a Chambao como un refugio con brasas encendidas, con mesas que invitan a quedarse más allá del postre, con una arquitectura que acaricia, con un servicio que no abruma, solo acompaña. Un espacio donde comer bien es apenas el inicio, donde se celebra la permanencia, donde uno vuelve aunque aún no se haya ido.
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