Los viajes son como lienzos en blanco que nos invitan a escribir nuestro destino. Una oportunidad para tomar los pinceles del tiempo y dibujar el camino con el que siempre hemos soñado, creando un mapa personal. Hay lugares que, desde el cielo o desde la tierra, te impulsan a descubrir lo que se desconoce, a encontrar un camino que sólo las horas a solas pueden revelar, tal y como lo hizo Antoine de Saint-Exupéry al surcar los cielos de Toulouse, el punto de partida de nuestra propia travesía.
A través de la Occitania nos esperaban campos de cereza y cielos que tienen un color que no se puede describir con palabras, así que comenzamos una aventura que tendría al tren como nuestro único compañero. El sonido metálico sobre los rieles nos brindó un ritmo constante que marcó el compás de nuestros días, una experiencia que te ancla al paisaje mientras la mente divaga por las ventanas, viendo cómo los pueblos y las ciudades pasan.
Una nueva travesía comienza
La región francesa nos recibió con una calidez que sólo el sur de Francia puede ofrecer, ya que su historia tiene raíces en los cátaros, los trovadores y los poetas que han encontrado en sus tierras un hogar para la inspiración, y el aire está lleno de una fragancia a lavanda y a tierra mojada, un aroma que se queda en la memoria.
Nosotros nos entregamos por completo al viaje, porque la ruta que trazamos fue un camino de contrastes, una serie de mundos que se abren con la llegada a cada estación, por eso descubrimos la tranquilidad que se encuentra en un vagón, la paz que se vive cuando el mundo se mueve en las ventanas, las conversaciones que surgen y los silencios compartidos.
Cada parada del tren fue un nuevo capítulo de nuestra crónica personal, ya que las ciudades nos hablaban a través de sus plazas, de sus mercados y de la gente que transitaba por sus calles, convirtiendo el viaje en una forma de entender la cultura francesa desde su interior. En lugar de ver los paisajes como una simple fotografía, nosotros los vivimos, sintiendo el calor del sol, la brisa o la lluvia, pues este es un viaje que se mueve con una elegancia que solo el tren puede dar.

La ciudad rosa y el ritmo de los vagones
Nuestra aventura comenzó en la ciudad que parecía estar teñida de un color ocre bajo la luz del sol, así Toulouse nos recibió con una tranquilidad que contrasta con su energía, pues los ladrillos de sus construcciones adquieren un tono rosado que cambia a lo largo del día. Nos instalamos en el Hotel Innes by HappyCulture, un lugar con un encanto especial que parece albergar un jardín secreto, perfecto para recuperarse del viaje.
La excelente ubicación del hotel, a sólo unos pasos de la famosa Place du Capitole, fue el punto de partida perfecto para explorar a pie cada rincón de la ciudad. Desde ahí, caminamos por calles estrechas que nos llevaron directamente a la plaza, donde la gente se reúne en las terrazas para tomar café y conversar con amigos, mostrando que la vida en Toulouse parece tener una velocidad diferente.




Pequeñas embarcaciones navegan lentamente sobre el río Garona, mientras la gente los saluda con sonrisas, y los puentes de la ciudad, con su arquitectura espectacular, nos permitieron cruzar para ver el atardecer que teñía el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, con el sol desapareciendo detrás de las construcciones de ladrillo.
Inicios en el aire
Para comprender la esencia de la ciudad, nos dirigimos a un lugar que acoge uno de los espacios más singulares de la urbe, el barrio de Montaudran que es la sede de La Piste des Géants, la antigua pista de los aviones de correo de la compañía Aéropostale.
Sobre ella se asienta el interesante museo L’Envol des Pionniers, un pabellón dedicado a los pioneros que formaron parte de la época dorada de la aviación, donde una sala exhibe una réplica a tamaño real del primer avión que pilotó Exupéry en 1926 y también se encuentran algunas de sus cartas, por lo que nosotros nos quedamos un largo tiempo. La vieja sede de la compañía aeronáutica Latécoère comparte espacio con los gigantescos robots del museo Halle de La Machine, donde un enorme minotauro cobra vida en la misma pista en la que Exupéry despegaba rumbo a África o América.
Hazme un corderito…
Para los amantes del autor de El Principito, su historia en Toulouse se siente en un edificio de ladrillo rojo en una de las esquinas de la emblemática Plaza del Capitole, pues el Hotel Le Grand Balcon fue el refugio de los pilotos de la compañía, así que miles de viajeros buscan la habitación 32, ahora conocida como la suite Saint-Exupéry.
En la cafetería del hotel se conmemoran los tiempos en los que todo parecía posible a través de fotografías de otros pioneros, mientras que cruzando la plaza principal de Toulouse, aguarda Le Bibent, un restaurante que traslada a los comensales a 1861, año de su apertura. La esencia barroca de antaño atrapa con sólo cruzar su fachada de ladrillo, así que bajo un techo engalanado con dorados y pinturas celestiales es posible probar uno de los platos más típicos de la gastronomía tolosana, el cassoulet, elaborado a base de alubias blancas.
Las mañanas tienen una luz especial, un brillo que baña las fachadas rosadas de los edificios, y nosotros caminamos a lo largo del Canal du Midi, para disfrutar como la ciudad va cobrando vida. El canal es un lugar que se presta para la contemplación, así que nosotros nos sentamos en una banca por un largo tiempo, observando a los corredores y a los ciclistas pasar.
Esta historia no termina aquí
El ritmo de la ciudad es de una naturaleza única, ya que tiene una energía juvenil que se mezcla con la historia que se puede ver en sus calles, así que nos perdimos en las tiendas, compramos algunos recuerdos y disfrutamos de un picnic en el parque que tiene a su lado una banda de jóvenes músicos. Sus melodías se mueven por el aire.
El último día lo dedicamos a las visitas culturales, por eso fuimos al Musée des Augustins, cuya colección de esculturas es algo que no se puede describir con palabras, mientras la paz que se siente en su claustro es algo que nosotros vivimos con una intensidad total. Las gárgolas de la basílica de Saint-Sernin nos miraban desde las alturas, pues la construcción es un monumento al pasado de la región, así que entramos a la iglesia, donde la luz se filtra a través de los vitrales y crea un ambiente mágico. Encendimos una vela y nos sentamos por un momento para agradecer, hasta que el silencio fue interrumpido por la voz de nuestro estómago exigiendo algo rico.
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Región de Occitania, el alma del sur de Francia

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